«Orad en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu»,

Efesios 6:18

A medida que perseveramos en la intercesión, es posible que descubramos que nuestra obediencia a Dios les cuesta a otras personas más de lo que pensábamos. El peligro, entonces, es comenzar a interceder en solidaridad con aquellos a quienes poco a poco Dios está elevando a una posición totalmente diferente, en respuesta directa a las oraciones que hacemos. Nuestra conexión vital con Dios se rompe cuando dejamos de identificarnos con el interés que Él tiene en los demás y les sentimos lástima. Interponemos nuestra conmiseración, nuestra consideración por ellos. Pero este es un reproche deliberado contra Dios.

Es imposible que nuestra intercesión se encuentre llena de vida, si no estamos completamente seguros de Dios. Los mayores destructores de esa relación de confianza con Él son nuestros prejuicios y autoconmiseración. La identificación con Dios es la clave para la intercesión. Entonces, cuando dejamos de identificarnos con Él, es por nuestra conmiseración y no por el pecado. Es improbable que el pecado estorbe nuestra relación de intercesión con Dios, pero no podemos decir lo mismo de nuestras lástimas. La conmiseración por nosotros mismos o por otras personas nos lleva a decir: «No voy a permitir que eso ocurra”. Cuando nos sucede, inmediatamente perdemos nuestra conexión vital con Dios.

Con la intercesión llena de vida no te queda ni el tiempo ni el deseo de orar por tu «pobrecito y lindo yo», ni tienes que luchar para no darle cabida a pensamientos, enfocados en ti mismo pues ni siquiera están allí para impedirles la entrada a tu mente. De esta manera estás absolutamente identificado con los intereses de Dios en la vida de los demás. El discernimiento que Él nos da sobre otras personas es un llamado a interceder por ellas, nunca a la censura o la crítica.

José Mateus

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